miércoles, 21 de agosto de 2013

Perros que son hijos, hijos que son perros

Gente que trata a sus perros como hijos. Se refieren a ellos como “mi perrijo”, “mi bebé”, “mi chiquito hermoso”. Los visten con ropa de niño y niña; trajecitos de supermán, vestiditos de princesas. Los alimentan con alimento supersuperprémium. Los cuidan con todo lo que el veterinario y los blogs de perritos les recomiendan: aceite de coco en sus patitas y adiós resequedad. Gastan en ellos todo el dinero que pueden, a veces más; como cuando un padre no piensa tanto en lo que cuesta y sí en lo que vale que su hijo tenga lo mejor.

Y es entonces cuando la otra gente se escandaliza.  Los llaman “ridículos”, “desnaturalizados”, “malos seres humanos”. Los cuestionan para hacerles ver su error. Creen que esta sociedad va de mal en peor cuando para alguien más un perro sustituye a un niño. Y sí, nadie lo duda, vamos mal.

No es coincidencia que de todas las especies animales a nuestro alcance hayamos elegido al perro para preferirlo antes que a un niño y tratarlo mejor. Así de mal están las cosas, todo está al revés. Quizá los perros de ahora ocupan el lugar de los hijos porque los hijos de ahora son como los perros de antes. Hay niños que son un accesorio más de la imagen familiar, así como cuando las familias tenían un perro en el jardín para que se viera bonito. Hay niños que se alimentan a base de la comida chatarra que la mamá o el papá les pueden comprar en la miscelánea, como cuando los perros se alimentaban de las sobras que se les podían dar. Hay niños que pasan doce horas en una guardería o centro escolar, como cuando los perros pasaban la mayor parte de su vida encerrados en un pasillo de patio o en la azotea de la casa. Hay niños que interactúan más con la pantalla de lo último en tecnología que con sus padres (“¡El aipad es una maravilla para entretenerlos!”), como cuando los perros pasaban días, semanas, meses, el resto de su vida sin salir a pasear con sus dueños. Hay niños que viven en las más ocultas historias de violencia intrafamiliar, como cuando los perros eran maltratados con golpes y castigos. Hay niños que no han recibido nada de sus padres que no sea humillaciones, reproches y palabras de desprecio, como cuando los perros eran pateados si se acercaban de más.

La gente que trata a sus perros como hijos es gente que no quiere asumir la responsabilidad de tener a un hijo pero sí quieren la compañía, dicen. Y sí, obviamente así es. Después de todo, hay una necesidad humana de dar y recibir detrás de todas esas atenciones y qué mejor que un perro para sentirnos que aquello funciona bien. Sí, lo mismo podríamos hacer con un hijo, pero un perro jamás será tan complicado ni jamás podrá salirnos tan mal. “Qué cómodo”, les dicen. “¿Por qué no mejor tienes un bebé como los demás?”, les reclaman. Al parecer es preferible otro niño más tratado como perro que otro perro más tratado como niño.

Ni perros tratados como hijos ni hijos tratados como perros; ninguna de las dos opciones es esperanzadora para la especie humana. Qué bonita historia sería la de la humanidad que trata a los hijos como hijos y a los perros como perros, pero en esta realidad inexorable no podemos negar que un perro más en el lugar de un niño representa también un niño menos en el lugar de un perro. La gente que trata a sus perros como hijos es también la gente que ya aceptó que no puede y no quiere hacerse cargo de otra vida humana, y que prefiere hacer otra cosa antes de quizá volverse uno de esos padres que tratan a sus hijos como perros.

jueves, 25 de julio de 2013

Terminar por amar al perro

Los perros amados no son casualidad. Nadie ama a un perro sólo porque sí, porque ahí estaba o porque así tiene que ser. El amor hacia un perro, de ese amor que nos hace parecer locos ante los demás, puede ser, entre otras cosas, el resultado de aprender cuánto duele la vida.

Dime cómo llegó un perro a tu vida y te diré cuánto lo amas. Para algunos un perro es el animal que estaba en el patio de la casa que recuerdan desde que tienen memoria, ya estaba ahí cuando llegaron y probablemente siguió ahí cuando se fueron. Claro que hay amor en esa historia, pero sin duda es un amor muy diferente al que se siente cuando es el perro el que llega mientras nosotros ya estábamos ahí. Este último es otro nivel y puede ser el caso de alguien que decide comprar o adoptar uno, o lo recibe de regalo, o decide cuidarlo cuando ya nadie más le presta atención. Las posibilidades son muchas. En estos casos el perro entra a nuestra vida y ocupa un buen lugar ahí. En el mejor de los escenarios ya no pasa toda su vida solo en el patio. Lo queremos, claro que lo queremos, porque fuimos nosotros los que quisimos que estuviera ahí.

Pero hay un nivel más, el que se alcanza cuando el perro llega en esos momentos en los que la vida duele mucho. A veces llega sin que nosotros hayamos hecho mucho para que fuera así; lo encontramos de pronto a nuestro lado por consecuencia de alguna incomprensible circunstancia, nos quedamos con él porque esos días resultan tan complicados y dolorosos que es imposible tomar cualquier clase de decisión. Pasa el tiempo y nos damos cuenta de todo lo que tuvo, o no, que suceder para que ese animal haya entrado a nuestra vida justo en ese día. Algo de más o algo de menos y la historia hubiera sido diferente, como pasa en todas las historias que cambian vidas. Y eso es lo que sigue, nos cambia la vida. No importa cómo haya llegado, si lo decidimos nosotros o el que se fue, si lo compramos o lo adoptamos en un momento de inspiración, si lo aceptamos porque no le quedaba más remedio a nadie; si el perro llegó en ese tiempo en el que descubrimos que la vida también duele, lo que sentiremos hacia él seguramente será el amor más difícil de explicar que hayamos sentido y nos hará ir más allá de lo que alguna vez imaginamos hacer por un perro. Lo cuidaremos, le daremos un lugar irremplazable, lo haremos parte de lo que somos; no nos quedará otra opción que terminar por amar a ese perro.

Y también ahí terminará todo; dejaremos de buscar lo que ya no está, detendremos ese vaivén entre una inestabilidad y otra, acabaremos de entender mucho de lo que nos duele. No nos hará falta más que poner a un perro justo en el centro del caos para entender que el equilibrio no es cosa de humanos y sí de perros. Donde ahora hay un perro amado, hubo antes un ser humano que aprendió del dolor y de todo lo demás.

jueves, 3 de enero de 2013

Tanta desigualdad social acabará por explotar en las caras de los privilegiados.

“Loopers are well paid, they lead a good life”.  Joe

Conforme pasan los años, las diferencias entre los niveles socioeconómicos de la población son cada vez más evidentes. El ideal de lograr una sociedad igualitaria para todos se siente cada vez más lejos. Lo que vemos en su lugar es una sociedad que día a día se divide marcadamente en sólo dos partes; los que sí tienen acceso a los privilegios y comodidades de la vida moderna y los insalvablemente excluidos de todo eso.  

El resultado de esta marginación es una gran parte de la población, los pobres, que vive en un mundo sin mucho o nada de lo que los ricos tienen casi asegurado desde el nacimiento; hogares cómodos en colonias bien pavimentadas, buena educación, oportunidades de trabajo bien remunerado, dinero suficiente para comprar casi todo lo que se vende, viajes, etc. La diferencia es tan grande que a veces es difícil creer que ese contraste exista en el mismo planeta, al mismo tiempo, a estas alturas de la historia humana. A pesar de cualquier esfuerzo por superar su condición, el mundo de los ricos nunca existirá para los pobres; así de inaccesible resulta para muchos vivir lo que unos pocos, los afortunados, conciben como normal y fácil de lograr. 

Con el tiempo, esa parte de la sociedad alejada de lo imprescindible para una buena calidad de vida será una mayoría preocupante para los unos cuántos para quienes el mundo aún funciona. Tal vez no lo verán venir, pues disminuir la pobreza de los otros nunca será realmente una de sus prioridades, pero cuando la miseria de la mayoría sea imposible de contener en los barrios pobres de las ciudades, ésta se desbordará por todas partes, inundando con odio y rapiña cada espacio humano existente. La decadencia imperante e imposible de ignorar lo cambiará todo. Una vez alcanzado este punto, los valores y los métodos del futuro serán completamente distintos y opuestos a lo que hasta ese momento habíamos concebido y aceptado.

La historia de Asesino del futuro es posible en esa sociedad inevitable a la que nos acercarnos día tras día. Ahí, la violencia, la muerte, la crueldad y la supervivencia se han convertido en los nuevos valores de la humanidad. Lo mejor de la vida (o al menos lo mejor posible) le llegará a cada quien en la medida en la que se ajuste y se rija por esos valores. Cualquier otro tipo de ideal será obsoleto. La película dirigida Rian Johnson muestra un futuro en el que los asesinos tienen un lugar lícito en la sociedad desde donde son regulados y se han convertido en una parte necesaria para que todo siga funcionando. A través de viajes en el tiempo, entre ese presente violento y otro futuro del que poco podemos imaginar, los asesinos pueden hacer su trabajo de una forma rápida y casi perfecta, dentro de un sistema que garantiza bienestar para todos los implicados. Aunque la naturaleza de los asesinatos y la muerte ha cambiado, la evolución de la trama nos mostrará que los seres humanos del futuro no han logrado deshacerse de la necesidad de sobrevivir a toda costa. Esta eterna lucha en contra de lo que amenaza nuestra existencia cambiará el rumbo y las decisiones de los dos personajes principales interpretados por Bruce Willis y Joseph Gordon-Levitt, quienes en realidad son la misma persona y sólo los separa el paso del tiempo. Esta relación entre los personajes nos muestra que también es cuestión de tiempo para que la cómoda sociedad de este presente se convierta en la violenta sociedad de ese futuro.

Nombre: Asesino del futuro (Looper)
Año: 2012
Director: Rian Johnson
Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Bruce Willis y Emily Blunt.
Estreno en México: Octubre de 2012


viernes, 26 de octubre de 2012

También de innovación muere el hombre.


“Si el mundo entero se hubiera tapado los oídos cuando sonó el primer fonógrafo, el fonógrafo no existiría. Su buen éxito se debe, en gran parte, a la amusicalidad de muchos millones de oídos”. 
Martín Luis Guzmán


La ridícula película francesa que vi hace días fue superada por un cortometraje mexicano que resultó más ridículo aún. Pero lo más ridículo de ir al cine ese viernes en la noche fue el cine, el lugar por sí solo; la experiencia sin complicaciones de comprar un boleto para ver una película y entrar a una sala oscura para descubrirla se ha perdido para siempre.

Sólo el ser humano es capaz de innovar lo que ya se había innovado lo suficiente para que funcionara de forma aceptable. El resultado de la innovación infinita es terminar por convertir en un inútil fracaso todo o lo poco ganado hasta ese momento por la civilización. Lo que vi en el cine ese viernes después de las nueve y media de la noche fue un explícito ejemplo de eso. Quizá no siempre era perfecto, pero ir al cine lo más tarde en la noche para evitar filas y aglomeraciones funcionaba bastante bien. Así fue hasta que una de las pocas cadenas de cine de este país decidió recientemente que era hora de que los boletos del cine fueran como los boletos de los conciertos numerados o, mejor aún, como los boletos de sus salas para gente muy importante; de ahora en adelante, todos los clientes, hasta los que van no van con tanto dinero como sus clientes muy importantes, podrán elegir la butaca en la que sentarán a ver su película ANTES de entrar a la sala. De esta forma, creen, la experiencia de ir al cine será mejor que antes.

Estoy segura de que no fue así para la mayoría de los que fuimos sorprendidos con su nueva forma de vendernos cine. El resultado de la innovación fue una fila inesperada y preocupante, sobretodo para los que calcularon que comprar sus boletos no les tomaría más de tres minutos y que por lo tanto no previeron la necesidad de llegar con más tiempo de anticipación. La sencillez de acercarse a la taquilla y pedir dos boletos para una película sin tener que dar o recibir mayor explicación fue sustituida por la siempre lenta complicación de tener que elegir algo entre una cantidad de opciones que amenazan con convertirse en arrepentimiento si no las elegimos bien. El desconcierto no terminó ahí, continuó en la sala. Conforme se fue llenando, todos nos dimos cuenta, incómodamente, de que habíamos elegido los asientos más cercanos al centro posibles, convirtiendo una simple función concurrida en una sala con mucha gente que se sentó una a lado de la otra, de arriba para abajo, sin ningún espacio entre las parejas, los grupos de amigos o las personas que iban solas. Era ridículo ver esa masa humana sin la opción de buscar una forma más cómoda de estar ahí porque la libertad de cambiar de opinión en el último minuto la habíamos perdido al elegir, en la taquilla, el supuesto mejor lugar para sentarse a ver esa película.  

Ir al cine ha dejado de ser la experiencia incierta que solía ser; la única certeza con la que teníamos que llegar era el nombre de la película que queríamos ver, lo demás, hasta el lugar en la sala que encontraríamos para verla, se resolvía sobre lo que el azar nos tenía preparado para esa día. Ahora, esta sociedad obsesionada con eliminar todo lo impredecible cree que es buena idea resolver el problema del lugar desde el inicio; de esta forma, terminamos eligiendo dónde sentarnos movidos más por la prisa de dejar la taquilla que por cualquier otro factor de peso (como la cercanía a los extraños y la comodidad de la butaca). El resultado es ridículo para los que disfrutábamos de esa incertidumbre y del reto de encontrar el mejor lugar posible al momento de entrar a la sala. La innovación de elegir nuestro lugar desde la taquilla nos asegura que terminaremos rodeados por todas partes, sin la posibilidad de cambiarnos de lugar cuando nos demos cuenta de que la pareja que eligió estar a nuestro lado entra a la sala con un bebé que nada tiene qué hacer en una muestra de cine francés.  Tanta innovación que termina por estorbar nos hace extrañar lo impredecible.


miércoles, 3 de octubre de 2012

Nada es más frágil que lo que construimos con esfuerzo.


“I didn't want to be somebody's husband and I didn't want to be somebody's dad, that wasn't my goal in life. But somehow it was. I work so I can do that”.
Dean

La rutina de una pareja con hijos es tan pesada que salir de ahí se percibe imposible. No hay otra posibilidad para días así cuando nuestra posición es central y mantiene el funcionamiento de la máquina familiar.  Los niños tienen que ir a la escuela, la renta se tiene que pagar, el trabajo se tiene que conservar, el sustento para cuatro se tiene que asegurar. 

Percibimos que los ejes de nuestro sistema doméstico se vuelven más fuertes con el paso del tiempo hasta que llega un momento en el que estamos seguros de que no habrá nada, o casi nada, que pueda llegar a movernos de donde estamos. Es así hasta que el más pequeño de los acontecimientos nos muestra la verdadera estructura de nuestra vida familiar; la rutina doméstica no es un sistema, es una torre de circunstancias que fuimos apilando, una sobre otra, a falta de opciones. Hubo un embarazo, le pusimos encima un matrimonio. Hubo necesidad de dinero, le pusimos encima el primer trabajo que encontramos. Hubo inestabilidad en la relación, le pusimos encima otro hijo para darle peso a lo que lo perdía. Hubo tiempo qué sacrificar, le pusimos encima nuestra resignación a dedicarle todo el que teníamos. Sólo hace falta que una de esas circunstancias cambie o se elimine para que el resto se mueva y nuestra torre que llamamos vida en pareja termine sin forma en el piso.

Con la relación desgastada por la rutina, Michelle Williams y Ryan Gosling, en Triste San Valentín, llegan a ese día en el que poco queda del enamoramiento que los unió en un principio. Esa falta de fuerza se compensa con el quehacer y los deberes, manteniendo unidos los elementos de la historia en la que se embarcaron años atrás, bajo la más imprevista de las circunstancias. Nada parece ser capaz de romper el ritmo con el que avanza la trama, a pesar de que es fácil percibir que algo está colgando de un hilo y que las interacciones de los personajes entre recuerdos y analepsias son cada vez menos armónicas. La historia se pinta de un color al que llegaremos sin saber cómo; al repasar cada uno de los sucesos en retrospectiva, encontraremos que sólo hizo falta un pequeño desequilibro el perro extraviado, tal vez para comenzar a derrumbar lo que parecía perpetuo.     

Nombre: Triste San Valentín (Blue Valentine)
Año: 2010
Director: Derek Cianfrance
Reparto: Ryan Gosling, Michelle Williams y John Doman.
Estreno en México: Marzo de 2011


jueves, 13 de septiembre de 2012

Somos a lo que nos aferramos.


“What is wrong is wrong, no matter who said it or where it's written”. Nader

Aún cuando la vida nos suele mantener constantemente cediendo y negociando, algunas luchas van a terminar por descubrir en el fondo de nosotros algo que no nos permitiremos soltar; aceptaremos perderlo todo pero eso nos lo llevaremos hasta el final. Identidad, sentido de vida, meta, religión, familia, costumbres, deber ser; cualquier nombre que elijamos para denominar a lo que nos aferraremos sin condición servirá para enfrentar a la vida sujetándonos a esa razón con todo el cuerpo. Cuando la tormenta llegue, no nos moveremos de nuestro lugar porque tendremos un poste al que nos amarraremos.

Pero cuando la vida no se trata de resistir tormentas y sí se trata de tomar decisiones que determinarán lo que viene, ese apego o lazo o como queramos llamarlo no nos mantiene, nos dirige. Eso que no permitiremos que nos arranquen nos llevará al final de algún episodio, a la solución de algún problema o a desatar la tragedia y el desastre por venir. Todos tenemos un timón para movernos entre las únicas posibilidades que realmente tendremos a lo largo de la vida; soltar o no soltar, dejar o no dejar, ceder o no ceder. Lo demás sólo será un resultado, una consecuencia, un efecto de eso a lo que en cierto momento nos aferramos y que marcó el rumbo de nuestro camino. La fuerza de esa dirección estará en la culpa. Si no soltamos habrá culpa, si soltamos también. La culpa que se engendra al tomar decisiones es lo que finalmente mueve al mundo.

En Una separación una culpa tapa otra, sólo para dejar espacio a una aún más grande. Con cada nueva acción, los personajes se convierten en piezas movidas por la culpa en un tablero en donde ninguno pisará un lugar que no le corresponde. Unos se aferrarán al negro, otros al blanco y muy pocos negociarán con la posibilidad de que sea diferente. Al final, las piezas se habrán movido y se encontrarán al otro extremo del tablero pero sin la certeza de haber avanzado. Aunque la película plantea buena parte de sus dilemas desde la influencia que la religión tiene en los personajes, el factor del Islam podría ser sólo un juego para hacernos sentir que esas luchas están muy lejos de suceder en una sociedad occidental aparentemente tan libre. En el fondo de nuestra humanidad, por debajo de nuestras apariencias culturales, ninguno de nosotros está exento de una religión, una tradición, una meta o finalmente una culpa de la que no podemos soltarnos. El chador, el Corán, la pobreza y la ignorancia se diluyen a lo largo de la película para hacernos sentir tan cerca de alguna culpa que sólo nos hace abrazar con más fuerza aquello que cada uno sabe que no soltará.

Nombre: Una separación (Jodaeiye Nader az Simin)
Año: 2011
Director: Asghar Farhadi
Reparto: Peyman Moadi, Leila Hatami y Sareh Bayat.
Estreno en México: Abril de 2012


jueves, 23 de agosto de 2012

¿Qué culpa tiene el futuro de haberse equivocado?



“I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhauser gate. All those moments will be lost in time... like tears in rain... Time to die”. Batty.

Si el mundo está a unos cuantos años de su final, entonces es tiempo ya de ver nuestras manos y empezar a inventariar lo que nos queda en ellas, sin la ilusión de que más adelante habrá algo más con qué llenarlas.  No hay un futuro por venir, sólo un presente que no tiene hacia dónde más crecer y un pasado que comienza a devorarlo todo.
El final del tiempo también incluye el final del orden en el que lo entendíamos correr: el futuro deja de estar delante de nosotros y termina estando ya muy atrás. Qué lejos estamos de todo eso que imaginamos que pasaría. Quizá en algún momento nos acercamos pero nos volvimos a alejar sin darnos cuenta de que el futuro se convertía poco a poco en algo tan arcaico como el pasado. El futuro al que la humanidad aspiró ya fue o lo perdimos. Ahora el presente sólo es un tiempo que nunca habíamos contemplado.
Ese futuro era ciudades en el cielo pero es muy poco lo que nos hemos levantado del suelo; era tecnología infalible en cada esquina pero hay lugares donde resolvemos todo con palos y piedras; era humanos cómodos en su automatización pero aún somos mayorías confundidas. El futuro que ahora recordamos terminó siendo ridículo, como una ilusión desecha, como casi todo lo que en realidad no existe pero imaginamos. Es otra de las cosas en las que creemos y que se desvanecen conforme nos vamos acercando, como el agua falsa sobre la carretera. Por más apocalíptico o caótico, nada de lo que esperábamos se parece a esto con lo que nos vamos. Era imposible para el futuro acertar porque fuimos nosotros mismos los que lo imaginamos. El futuro nunca existió como tal.
Blade Runner, vista ahora, es una colección de errores sobre lo que alguna vez pensamos que pasaría con la humanidad. Dirigida en 1982, la historia gira alrededor de la posibilidad de haber ido demasiado lejos tecnológicamente, dando como resultado una generación de robots que se convierten en un problema para la humanidad del año 2019. La película muestra ciudades oscuras y frías, con tecnología filtrada en todos los estratos de la sociedad, incluso en los más bajos, y con seres que han aprendido a vivir en un futuro caótico. Aparentemente, ese futuro imaginado no se siente tan lejos de este presente que tal vez está por terminar, sin embargo a lo largo de la película no podemos evitar distinguir que nuestros verdaderos problemas son otros y que no somos como los que ahí vemos. Los robots ni siquiera tuvieron tiempo de llegar a arreglar nuestras vidas, la esencia de la tecnología tomó otro camino y un futuro así para nosotros ya sólo puede ser un recuerdo del pasado.  Ya no hay tiempo para ese futuro que se nos muestra ni para cualquier otro que nos atrevimos a imaginar. Este presente es lo más lejos que llegaremos.

Nombre: Blade Runner (Blade Runner)
Año: 1982
Director: Ridley Scott
Reparto: Harrison Ford, Rutger Hauer y Sean Young
Estreno en México: Noviembre de 1982